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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 33 del Tiempo Ordinario (15.11.20220) - Ciclo A

DEJAR POSO EN LA VIDA

“Bien, entra en el gozo de tu señor”

*** Nuestra vida en la tierra se acaba, no es para dormir la siesta y será evaluada por Dios. Este es el armazón de ideas que tejen el evangelio de este domingo, penúltimo del año litúrgico de la Iglesia. Como era habitual en él, Jesús no da una lección magistral sobre este conjunto de ideas o sobre alguna de ellas. Recurre, siguiendo su eficaz pedagogía, a la parábola. En este caso a la conocidísima parábola de los talentos. Jesús habla de un señor que entrega sus bienes a tres empleados para que los hagan fructificar, mientras él está ausente. Después de concluidos sus asuntos, regresó a casa y les pidió cuenta sobre el modo de negociar sus bienes. Dos de ellos trabajaron bien y con tesón, logrando entregarle el doble de lo que les había confiado. Como es lógico, les alabó y premió. Pero el tercero había adoptado la actitud equivocada del miedo a su señor: había escondido la moneda bajo tierra para que, a la vuelta, la pudiera devolver. A diferencia de los dos primeros, él fue recriminado y castigado. El dueño de la parábola representa a Jesucristo. Los tres siervos somos sus discípulos. Los dones que cada uno poseemos son los talentos recibidos. Estos dones no son sólo los talentos y cualidades naturales sino también los bienes que el Señor nos ha dejado en herencia. Entre ellos, el Bautismo, la Eucaristía, el perdón sacramental, el Padre Nuestro, su Palabra. Brevemente: su reino, que es él mismo, presente y vivo en medio de nosotros. La parábola insiste en la actitud interior con la que hemos de acoger y valorar esta herencia. Ciertamente, no enterrando el Bautismo, la Eucaristía, la Penitencia, la Palabra de Dios y la caridad, como hizo el tercer empleado sino siguiendo el ejemplo de los otros dos: dando frutos de santidad y apostolado. Los dones y bienes recibidos son para darlos, compartirlos, comunicarlos a los demás. La vida es siempre corta. Pero si la empleamos bien, ¡cuántos frutos podemos producir con la gracia de Dios! Por eso, vale la pena gastarse y desgastarse y pasar por este mundo abriendo o ensanchando caminos de verdad, de bien, de amor. Brevemente: dejando poso.               

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