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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 1 de adviento (29.11.2020) - Ciclo B

EL TIEMPO DEL RELOJ Y EL DIOS

“Vigilad, pues no sabéis el día y la hora”

29 de noviembre de 2020. Esta es la fecha que señalan el calendario de pared, el ordenador y el móvil. Faltan, por tanto, 32 días para que aparezca en ellos la fecha del año nuevo: 1 de enero de 2021. Sin embargo, el calendario de los cristianos marca hoy otra cosa: “Domingo primero de Adviento. Comienzo del año litúrgico”. ¿Por qué este aparente desfase entre la sociedad civil y la Iglesia a la hora de medir el tiempo? La causa es más profunda que lo que pudiera parecer. La sociedad civil mide el tiempo como un sucederse de días, semanas y meses en los cuales hay gente que nace, que muere, que se casa y tiene su primer hijo, que aprueba o suspende un curso o una oposición, que disfruta el don de la paz o sufre los horrores de la guerra y del hambre. Es, pues, un sucederse de acontecimientos y movimientos controlados por el reloj. La Iglesia vive también todo esto, porque es un pueblo que camina en la historia y hace también la historia. Pero los contempla desde el “tiempo de Dios”. El tiempo de Dios es la entrada de Dios en nuestra historia para salvarnos. Es, pues, un tiempo no de reloj sino de salvación. Un don que el hombre puede valorar o desaprovechar, captar su significado o vivir con superficialidad. Adviento llega para ayudarnos a vivirlo con hondura y verdad. Es un grito que nos recuerda, por una parte, que Cristo vuelve a visitarnos en la próxima Navidad como nuestro Salvador y, por otra, que un día nos visitará por última vez. Precisamente cuando el tiempo de la sociedad civil se acabe, el tiempo de Dios alcanzará su cenit y aparecerá que este mundo posmoderno, en el que el hombre parece que no necesita a Dios y que es el él único “señor” y “el director” de todo: trabajo, economía, trasportes, ciencia, técnica de última generación es pura apariencia. Pues, como dice el evangelio de hoy, quien es el verdadero “dueño de la casa”, vendrá entonces a juzgar a los vivos y a los muertos según sus obras. Adviento llega cada año a recordarnos esto, para que nuestra vida recupere su orientación hacia Dios, cuyo rostro no es el “un señor” sino el un Padre y un Amigo.            

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