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LITURGIA DEL VATICANO II

ADVIENTO 3 - CICLO B. Proyecto de homilía

CRISTO, FUNDAMENTO DE LA ALEGRÍA CRISTIANA


 

1. Este tercer domingo de Adviento se llama ‘domingo gaudete’ o ‘domingo de estar alegres’, porque la alegría lo llena todo. De ella nos hablaba la primera lectura y, sobre todo, la segunda. La antífona de entrada -que hemos cambiado por el canto de entrada-, insiste en la misma idea: «estad siempre alegres, os lo repito: estad alegres». El estribillo del salmo responsorial, que recoge el canto del Magnificat de la Virgen, repetía una y otra vez: «se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador» La oración colecta que acabamos de rezar pedía que Dios nos concediera celebrar la Navidad «con alegría desbordante».

 

2. Llama mucho la atención esta insistencia; y, sobre todo, que se eche mano de la primera y la segunda lectura para invitarnos a estar alegres, dadas las circunstancias en que fueron escritas.

La primera lectura, tomada del tercer Isaías, está escrita en un momento de gran desconsuelo. El pueblo acaba de regresar del destierro de Babilonia y eso le ha producido un inmenso gozo; pero se ha encontrado con la ciudad de Jerusalén completamente destruida. En medio de tanta desolación, el profeta se siente enviado a «dar una buena noticia a los que sufren» y prorrumpe en un gran canto de alegría: «desbordo de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios. Y proclama esta alegre  noticia: «como el suelo echa sus brotes y como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia ente todos los pueblos». Es decir, ahora estáis tristes, pero un día la alegría llenará toda la tierra.

 

Más llamativa es todavía la segunda lectura, tomada de la primera carta a los tesalonicenses. San Pablo había fundado aquella comunidad en medio de una fuerte persecución por parte de los judíos, hasta el punto de haber tenido que ausentarse, sin haber concluido la formación de aquellos cristianos. Varias veces había intentado volver, pero no le había sido posible. Estando en Corinto, Timoteo gira una visita a Tesalónica y, a la vuelta, comunica a Pablo la situación en que se encuentra. Ciertamente, no han sucumbido ante la persecución, pero un grupo más o menos numeroso piensa que es inminente la última venida del Señor –la Parusía-, y muchos más están desconcertados por la suerte que corren los difuntos. Pues bien, a pesar de su situación personal y de la comunidad, Pablo coge la pluma y les escribe: «estad siempre alegres».

 

3. ¿Por qué esta insistencia de la liturgia y de la Iglesia en que estemos alegres? La antífona de entrada nos da la clave: «el Señor está cerca». Tan cerca, que el Evangelio puede afirmar: «está en medio de vosotros». Quizás no lo sabemos, como los fariseos; pero el Señor está en medio de nosotros. Necesitamos saberlo y testificarlo. Porque la gente no sabe lo que es la «alegría»; aunque la busca afanosamente.

Nuestra sociedad, en efecto, presenta un estado de gran desencanto y desilusión en los jóvenes y adultos y que se manifiesta, por ejemplo, en la tragedia del aborto, las desavenencias y rupturas matrimoniales, la droga, el alcoholismo, la violencia doméstica, el paro, la imposibilidad de pagar la hipoteca o llegar a final de mes y tantas y tantas cosas más.

Todo este desencanto crea tristeza, malestar, ansiedad, depresiones y angustias. Es decir, el polo opuesto a la alegría. ‘El hombre moderno, que ha centrado toda su felicidad egoísta en triunfar, tener, gastar y disfrutar, es víctima de su propio invento: la sociedad del bienestar y del consumo. Una sociedad inmensamente triste, como reconocen todos los analistas y reconocemos todos.

 

4. Por eso, hoy, más que nunca, los cristianos hemos de tomarnos en serio el mensaje de este domingo: «estad alegres; sí, os lo repito: estad alegres»; pues sólo si estamos alegres podremos dar un testimonio personal y comunitario de alegría a nuestro mundo, que tanto la necesita. Pero hemos de apoyarla en su verdadero fundamento

Nuestra alegría no procede de que en la vida todo nos salga redondo; porque también experimentamos el dolor en todas sus vertientes; o de que tengamos resuelta la vida, porque tantas veces no la tenemos resuelta; o porque cerremos los ojos a tantas desgracias como hay en el mundo; porque hemos de tenerlos bien abiertos. No. Nuestra alegría se fundamenta en Jesucristo, que está presente en medio de nosotros, nos quiere, nos perdona y nos ayuda.

Santa Teresa de Jesús supo decirlo con galanura: «Quien a Dios tiene nada le falta, sólo Dios basta». Que nosotros podemos parafrasear así: «Quien a Dios no tiene, nada le basta, todo le falta». El que no fundamenta en Dios su alegría, está condenado a la tristeza y a la angustia.

Me decía un misionero que ha vivido muchos años en China, que ese país es inmensamente triste. Y, cuando yo le pregunté el motivo, me contestó: «viven bajo la angustia de la superstición y del miedo». Como no saben que Dios es su padre y que les ama, viven bajo la espada de Damocles del miedo y de la angustia; lógicamente, están tristes». Parece que su diagnóstico es acertada, porque Japón –que es una de las naciones más desarrolladas y ricas del mundo, pero donde apenas ha entrado el cristianismo- es la que arroja mayor número de suicidios de jóvenes. ¡Sí, de jóvenes, que se quitan la vida porque no quieren seguir viviendo!

 

Pero no hace falta ir tan lejos: todos nosotros somos testigos de gente que lo tiene todo y vive amargada; y, al revés, que les faltan muchas cosas, pero viven felices. ¿Razón? Los unos no han descubierto que Dios ha venido a nuestra tierra para salvarnos y hacernos felices en este mundo –con la felicidad relativa que aquí es posible- y para hacernos plenamente felices cuando lleguemos a la Patria del Cielo.

«El Señor está cerca»; más aún: está entre nosotros». Está aquí, en esta comunidad, pues donde dos o más están congregados en su nombres, él está en medio de ellos», está presente en la Palabra proclamada, pues cuando se leen las Escrituras en la Iglesia, es Cristo mismo quien anuncia su evangelio; está presente en cada hombre y en cada acontecimiento; está presente en la Iglesia, pues él es su Cabeza; está presente en los sacramentos, pues cuando alguien bautiza es Cristo quien bautiza, y cuando alguien perdona es Cristo quien perdona; está presente –de modo cualificado y eminente- en la Eucaristía, pues ella es la presencia sacramental de Jesucristo.

 

5. Dentro de unos momentos, diremos los sacerdotes: esto es mi Cuerpo, está es mi Sangre; es decir: este soy Yo. Y se hará presente el mismo Jesucristo en persona. Luego, cuando comulguéis, os diremos: «el Cuerpo de Cristo», y responderéis: «Amén», es decir: así es, así lo creo.

Que sepamos reconocer a Jesucristo ahora, que sepamos encontrar en él la causa de nuestra alegría y que salgamos de aquí con la ilusión de comunicar nuestra alegría a todas las personas que encontremos durante esta semana.                    

 

 

     

     

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