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LITURGIA DEL VATICANO II

GRANOS DE TRIGO

Un grano de trigo es bien poca cosa. Pero unido a otros, puede trasformarse en pan sabroso y nutritivo. Incluso en Pan Eucarístico, capaz de reunir, en íntima unidad y fraternidad, a todos los granos cristianos esparcidos por el mundo. Los «granos de trigo» litúrgicos que irán apareciendo en esta sección, sentirían una gran alegría si ayudaran a que la liturgia y, lo que es su corazón: la Eucaristía, se convirtieran en fermento de unidad y fraternidad en la verdad.

 

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HOY HACE 45 AÑOS

 

RESUMEN. La Constitución Conciliar de liturgia es el resultado final de un largo proceso que ha durado más de medio siglo. Su aprobación fue un hito histórico por sus contenidos y orientaciones. Sin embargo, a estas alturas todavía son no pocos los que no la han leído ni asimilado. Urge, por tanto, conocerla bien, para trasmitir su letra y espíritu a los fieles.

 

 

Efectivamente, hoy, 4 de diciembre, hace 45 años que los Padres Conciliares aprobaron por abrumadora mayoría el primer fruto del concilio Vaticano II: la constitución Sacrosanctum Concilium (=SC), que Pablo VI promulgó con estas históricas palabras: «Nos, con la potestad apostólica que hemos recibido de Cristo, en unión con los venerables Padres, aprobamos en el Espíritu Santo, decretamos y establecemos, y disponemos que lo decidido conciliarmente sea promulgado para la gloria de Dios».

 

Llegaba así a su desembocadura aquel río que inició su andadura oficial en el pontificado de san Pío X y que fue creciendo sin cesar, hasta convertirse en río navegable; por él que podría circular la nave de la Iglesia, cargada con los hombres y mujeres del siglo veinte y posteriores, deseosos de beber el genuino espíritu cristiano en las mismas fuentes de la salvación. No en vano la liturgia es, ante todo y sobre todo, el momento culminante de la Historia de la salvación y el ámbito en el que «se realiza la obra de nuestra redención, cuantas veces se renueva sobre el altar el sacrificio de la Cruz, en el que nuestra Pascua, Cristo, fue inmolado» (LG 3).

 

Las aguas de ese inmenso río –llamado “movimiento litúrgico”-, a medida que discurría el tiempo y cruzaban la campiña, iban aumentando en cantidad y -quizás sobre todo- en calidad; gracias a las aportaciones históricas, teológicas y pastorales de tantos sabios y santos hijos de la Iglesia. Entre ellos merece una mención honorífica, en primer lugar, el gran Pío XII, sin cuyo magisterio y reformas hubiera sido imposible llegar felizmente a buen término, o haberlo hecho con la misma firmeza, seguridad y prontitud. Junto a él, si bien en otra esfera y por otros méritos, destacan dom Beauduin, dom Odo Casel, Romano Guardini, J.A. Jungmann y una pléyade de nombres de las más diversas geografías y sensibilidades religiosas.

 

Como 45 años son muchos años en una sociedad tan acelerada como la nuestra, algunos han afirmado que Sacrosanctum Concilium es ya un documento desfasado y necesitado de un serio aggiornamento. Es posible. Pero yo no comparto esta opinión. Pienso, más bien, que SC no es conocida bien; más aún, que son muchos los que no la han leído nunca de modo íntegro ni la han asimilado en sus grandes principios. Por eso, pienso que es absolutamente necesario que –sin dilación- volvamos a tomar en las manos el texto venerado de SC, lo llevemos a nuestra oración personal, lo interioricemos, lo proyectemos sobre la reforma posterior y se lo enseñemos al pueblo, a través de una paciente, pedagógica y mistagógica catequesis.

 

Esto no quiere decir que todo el documento tenga el mismo valor. Sin duda, lo más importante se encuentra en el capítulo primero y en las introducciones doctrinales con las que se abren cada uno de los capítulos. Dentro del capítulo primero, tienen una importancia decisiva los artículos 5-8, y 9 al 13. Ahí está esbozada la naturaleza verdadera de la liturgia, que es teológica, no estética, jurídica, arqueológica o anarcoide. La liturgia es una acción sagrada de Cristo Sacerdote que, asociando consigo a la Iglesia, hace presente en cada “aquí” y “ahora” su obra redentora, con la que Dios es perfectamente glorificado y el hombre plenamente salvado. ¡Nada menos!    

 

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