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LITURGIA DEL VATICANO II

SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS - Ciclo B. Proyecto de homilía

SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS, REINA DE LA PAZ


 

1. Ambientación histórico-litúrgica. Celebramos hoy la solemnidad de Santa María, Madre de Dios. El Papa Pío XI, en 1932, instituyó la fiesta de la Maternidad Divina de María, para conmemorar el 15º centenario de su definición dogmática, en el concilio de Éfeso (a. 431), y la asignó al 11 de octubre, día en que se clausuró dicho concilio. Otro concilio, el Vaticano II, aumentó su celebridad, pues comenzó su andadura en dicha fecha (11 de octubre de 1962). En la reforma litúrgica de Pablo VI ha ganado en importancia, porque ahora tiene rango de solemnidad y es de precepto. Ahora se celebra el 1 de enero, debido a su contenido y al deseo de recuperar la antiquísima memoria que la Liturgia Romana hacía de ella en ese día.

La solemnidad tiene por objeto «celebrar la parte que María tuvo en el misterio de la salvación y exaltar la singular dignidad que goza la Madre Santa, por la cual merecimos recibir al Autor de la Vida»; así mismo, es «ocasión para renovar la adoración al recién nacido, Príncipe de la Paz, para escuchar de nuevo el anuncio angélico, para implorar de Dios, por medio de la Reina de la Paz, el don supremo de la paz» (Pablo VI, Marialis Cultus, n. 5). La inserción en el misterio de la Navidad contribuye a resaltar el papel del todo singular que María tuvo en el misterio de la Encarnación y, en última instancia, en la toda la economía de la salvación.

 

2. María, Madre de Dios. Toda la liturgia del día proclama, confiesa y celebra que María es verdadera Madre de Dios. «¡Salve, Madre santa! Virgen, madre del Rey que gobierna cielo y tierra por los siglos de los siglos» (antífona de entrada); «Señor y Dios nuestro, que por la maternidad virginal de María entregaste a los hombres los bienes de la salvación» (Colecta); «a cuantos celebramos hoy la fiesta de la Madre de Dios» (Oración sobre las ofrendas); «te pedimos que  a cuantos proclamamos a María Madre de tu Hijo» (Poscomunión); «Y alabar, bendecir y proclamar tu gloria en la Maternidad de Santa María siempre virgen» (Prefacio); «Dios envió a su Hijo nacido de una mujer» (2ª lectura; el texto mariológico más denso del Nuevo Testamento); el evangelio presenta al Niño con María y José.

 

3. Verdadera Madre de Dios. Lo que la Iglesia celebra es que María realizó con el Verbo Encarnado la misma función y aportación que hacen todas las madres respecto a sus hijos. Sus entrañas virginales fueron hechas fecundas por la acción del Espíritu Santo; llevó en su seno al Verbo humanado, le alimentó y le dio a luz. Madre como cualquier madre, salvo en la concepción y parto virginales. Gracias a ello, Jesús podía llamarla «Madre» con la misma verdad, sentido y radicalidad con que lo hace cualquier hijo respecto a la suya. Y María podía llamar a Jesucristo «hijo mío» con la misma radicalidad, verdad y sentido que nosotros lo hacemos con nuestra madre.

Desde esta perspectiva se comprende que la Maternidad divina de María sea su mayor título y el fundamento de todos los demás. Porque estaba predestinada a ser «la Madre de Dios», fue concebida sin pecado original y en la plenitud de gracia; y porque fue realmente «la Madre de Dios», fue también Asunta al Cielo. En este título se fundamenta todo el culto mariano y toda la devoción  y confianza que le profesa el pueblo cristiano. En la Maternidad divina se fundamenta también la unión «indisoluble» que existe entre Cristo y María en la obra de la salvación. María quedaría reducida a la nada, si fuera desposeída de su Maternidad divina. Gracias a esta Maternidad nadie ha conocido a Jesucristo con tanta profundidad y con tanta verdad; nadie lo ha querido como Ella; y Jesucristo a nadie, como a Ella, ha querido, escuchado y asociado a su obra redentora.

Las almas santas han comprendido muy bien que el amor a María es garantía del amor a Jesucristo y que su Maternidad divina es también la mejor garantía para acudir a Ella con entera confianza en todas las necesidades.

 

4. María, Madre de Dios por la fe. La Maternidad divina de María no comprende sólo el momento de la concepción y del parto. La concepción, el parto, la alimentación, la crianza constituyen el primer momento, esencial y determinante, de la Maternidad divina salvífica. Junto a esto, María se unió de modo íntimo y constante a la  obra de la salvación –desde Nazaret a Belén, desde Caná a Jerusalén, desde el Calvario a la Asunción al Cielo-, de modo que Ella vivió plenamente identificada, psicológica y espiritualmente, con su Maternidad salvífica. Los Santos Padres ya destacaron que María en la Anunciación dio su consentimiento con plena libertad y conciencia, comprometiéndose a la invitación divina para un servicio total a Cristo y a su obra salvífica. Pusieron también de relieve que María vivió su maternidad divina y salvífica bajo el impulso gratificante del Espíritu Santo, desde el  principio hasta el fin de su vida terrena, en un progresivo camino de fe, obediencia y caridad, consagrando su propia persona a la obra salvífica de su Hijo.

Un día, un oyente entusiasmado gritó a Jesús: «Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron». Jesús le apostrofó: «Dichosos, más bien, los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen». Esta exégesis es el mejor comentario teológico al modo con el que su Madre vivió la Maternidad: no sólo de modo biológico sino con total y permanente entrega al servicio de la obra de su Hijo, de acuerdo con su consciente y rendido: «Soy la esclava del Señor, hágase lo que Dios quiere». ¡¡Qué ejemplo para nosotros, al celebrar hoy la Maternidad de María!! ¡¡Qué ejemplo a imitar durante todo el año que hoy comienza!!

 

5. María, Madre-Reina de la Paz. En medio del gozo que hoy nos embarga, sentimos también una gran pena por la situación que presenta la familia de los hijos de Dios: guerras violentas, terrorismo, enfrentamientos rencorosos, lucha de clases, división en las familias, ... Una cuestión especialmente dolorosa es el sufrimiento y el daño que se está causando a los niños: hambre, explotación para la guerra, comercio sexual, violencia doméstica, divorcio, etc. Pablo VI tenía sobrados motivos para unir la fiesta de la Maternidad Divina de María con la súplica por la Paz, a Jesucristo, Príncipe de la Paz y a su Madre, Reina de la Paz. Que ellos nos concedan el don de la paz: al mundo, a nuestra Patria, a la Iglesia, a nuestras familias, y a todos y cada uno de nosotros.                       

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