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LITURGIA DEL VATICANO II

DOMINGO DE RAMOS (5. IV) - Ciclo B

ACTITUDES PARA LA SEMANA SANTA


 

 

Ante la imposibilidad de comentar todo el relato de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, según san Marcos –que es el evangelio de este domingo-, he optado por glosar algunas actitudes que reclaman los misterios de esta Semana, que tradicionalmente llamamos «Santa». Me parece que son fundamentales estas cuatro. Ante todo, sentido de lo sagrado. Semana Santa no es una semana turística. Ni siquiera vacacional. Es una semana sagrada. La más sagrada del año. Porque nada hay más sagrado para el hombre –no sólo para el cristiano- que situarse ante el misterio de la entrega de Dios-Hombre a la muerte para salvarnos de la impiedad, de la miseria moral y de la muerte eterna. En segundo lugar, participación en la liturgia. La Semana Santa no es una representación teatral de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. No está mal hacerlo, pero «eso» no es la Semana Santa. Nosotros, ciertamente, re-presentamos ese inefable misterio. Pero en el sentido más fuerte del término. Lo re-presentamos porque lo volvemos a hacer presente. La diferencia entre lo uno y lo otro es la misma que existe entre la persona y su fotografía. Ahora bien, esta re-presentación sólo es posible en la liturgia, donde el mismo Jesucristo actúa y actualiza su misterio redentor. Por eso, sin participación en los actos litúrgicos no hay Semana Santa. En tercer lugar, seriedad y responsabilidad. Los misterios de la Semana Santa no son cosas «de niños y gente sin personalidad», sino de hombres y mujeres hechos y derechos. Porque son misterios que comprometen nuestra vida. Es decir, «nuestra historia» personal, familiar, profesional y social. ¡No rebajemos su grandeza al nivel de unos actos de culto sin proyección existencial y sin compromiso!. Finalmente, sentido de reconciliación. La muerte-Resurrección de Jesucristo reconcilió al hombre con Dios, consigo mismo y con la creación. Semana Santa es la gran llamada a reconciliarnos con Dios –acercándonos al sacramento de la confesión-, con los demás –pidiendo y otorgando el perdón-, con nosotros mismos –aceptándonos como somos y como estamos- y con la creación entera.       

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