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LITURGIA DEL VATICANO II

DOMINGO SEGUNDO DE PASCUA (19.IV)- Ciclo B

EL RESUCITADO BUSCA HOMBRES Y MUJERES

“Señor mío y Dios mío”


 Lo decía Benedicto XVI en su mensaje de Pascua del domingo pasado: “Jesús ha resucitado no porque su recuerdo permanezca vivo en el corazón de sus discípulos, sino porque Él mismo vive en nosotros y en Él ya podemos gustar la vida eterna”. Que se lo pregunten al terco Tomás –del que nos habla el evangelio de este domingo- si la Resurrección fue un sueño, una quimera, una utopía, una teoría o una realidad histórica, que él tocó, palpó y vio con sus propios ojos. “Si no veo las llagas de sus manos, si no meto la mano en su costado, no creo”, había fanfarroneado, cuando los demás discípulos le dijeron que era verdad lo que habían dicho las mujeres y que se había presentado ante ellos mientras él estaba ausente del Cenáculo. A los ocho días se repitió la escena: puertas cerradas y dentro los apóstoles, en este caso estando presente el incrédulo Tomás. Cuando vio al Resucitado y oyó “trae tu dedo, aquí tienes mi costado”, se tapó los ojos con las manos –así me lo imagino yo- se echó a los pies de Jesús e hizo esta maravillosa confesión de fe: “Señor mío y Dios mío”. La pasta antropológica de los apóstoles no estaba hecha de fantasías, sino forjada con el duro realismo que imprime la naturaleza, el aire y el mar. Eran mucho menos propensos a deslizarse por la ruta de la imaginación que por la de la desilusión y desesperanza de los caminantes de Emaús. Por otra parte, ¿alguien conoce que el sueño de unos desconocidos –eso eran los apóstoles- haya sido seguido por millones y millones de personas de todos los tiempos, situaciones culturales y económicas y ambientes sociales? Pues aquí estamos más de mil millones de cristianos esparcidos por todo el mundo. Jesús ha resucitado verdaderamente y ha iluminado las zonas oscuras del  materialismo y nihilismo, que se debaten en el sentimiento de la nada, que sería la meta definitiva de la existencia humana. Pero aunque Cristo ha extirpado la raíz del mal y de la muerte definitiva, necesita hombres y mujeres que le ayuden siempre y en todo a afianzar su victoria con sus mismas armas: la verdad, la justicia, la misericordia, el perdón y el amor.

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