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LITURGIA DEL VATICANO II

DOMINGO 23 DEL TIEMPO ORDINARIO (13.IX) - Ciclo B

DOS EXIGENCIAS PARA SEGUIR A JESÚS

«Tú no piensas como Dios»

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Jesús ha dejado Galilea y se encuentra en el territorio pagano de Cesarea de Filipo camino de Jerusalén, donde se cumplirá su destino. En un recodo se detiene y hace a los discípulos la pregunta más radical que puede hacerles: «Vosotros ¿quién decís que soy Yo?» Pedro responde con claridad: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Jesús alaba su respuesta, porque ha dicho la verdad: Él no es simplemente un gran hombre o un promotor de un gran programa de humanidad y de justicia, sino el Mesías anunciado y esperado durante muchos siglos. Luego, comienza a instruirles sobre el porqué de su subida a Jerusalén. Les habla con toda claridad: será apresado, condenado, crucificado y muerto; aunque al tercer día resucitará de entre los muertos. Es la primera vez que les habla claramente de su pasión y resurrección. Volverá a hacerlo en dos ocasiones más. Ellos no lo entienden. Más aún, Pedro, que hace un momento le ha reconocido como Mesías, es el primero que expresa su oposición: «Le llevó a parte y se puso a increparle: ¡No puede ser, Dios no lo quiera!». Con toda energía quiere hacer comprender a Jesús que ese camino es absurdo. Pero Jesús, con no menos energía, rechaza su propuesta y le dice estas tremendas palabras: «¡Quítate de mi vista, Satanás! Tú piensas como los hombres, no como Dios». La respuesta de Pedro expresa la instintiva repugnancia humana al sufrimiento y a la muerte  y revela que nuestra instintiva reacción humana puede estar en abierto contraste con la voluntad de Dios. Aunque no lo entiendan y hasta les parezca absurdo, los discípulos de Jesús tienen que seguir el mismo camino del Maestro: asumir el sufrimiento, renunciar a sí mismos y llevar la cruz. Saber decir «no» al propio yo cuanto éste entra en contraste con el seguimiento de Jesús y aceptar los sufrimientos y amarguras destinadas a cada uno personalmente (la propia cruz). La renuncia y la cruz no son dos fines en sí mismos sino dos condiciones para seguir a Jesús. ¡Indispensables! Pero lo maravilloso es que por ellas llegan los frutos apostólicos, la resurrección y la gloria eterna.

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