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LITURGIA DEL VATICANO II

DOMINGO CUARTO DE ADVIENTO (20.XII) -Ciclo C

                                                  Homilía

1. Hace dos años peregriné a Tierra Santa. En uno de aquellos lugares encontré una inscripción ante la cual sentí una imperiosa e irresistible necesidad de ponerme de rodillas y luego postrarme en tierra. Esa inscripción no estaba en Belén, ni en el Cenáculo ni siquiera en el lugar de la Crucifixión.  Estaba en Nazaret y decía así: “Verbum caro factum est hic”; que traducido significa: “aquí el Verbo se hizo carne”. Aquí, Dios se hizo hombre. Aquí llegó la plenitud de los tiempos. Aquí está el kilómetro cero de la historia. Aquí sucedió lo que no hubiera soñado la imaginación más prodigiosa. Aquí la Eternidad se hizo historia y la historia entró en la eternidad.

Quizás alguno piense que más importante que Nazaret es el Calvario, donde Cristo murió y resucitó por todos los hombres de todos los tiempos. Pero no es así. Pues si Jesucristo pudo morir y resucitar, fue porque previamente se había asumido la naturaleza humana, se había hecho uno de nosotros, menos en el pecado. Y ¡eso aconteció en Nazaret! El salto del infinito a lo finito se da en Nazaret, no en el Calvario.

 

2. Ahora bien, en Nazaret hay varios protagonistas. El primer lugar, el Padre, que envía a su Hijo Eterno para salvar a los hombres. En segundo término, el Hijo Eterno que –obediente al Padre- se hace hombre para realizar ese designio del Padre. Después, el Espíritu Santo, que cumbre con su sombra y fecunda el seno de la Virgen. Y, por último, la Virgen María, una muchacha de Nazaret que –ajena al proyecto eterno de Dios-, tan pronto como lo conoce, se pone completamente a su servicio, como una esclava que no tiene voluntad propia.

Esta mujer  no está en un segundo plano y como de relleno. Al contrario, juega un papel tan decisivo en todo, que si Ella se hubiera negado a prestar su voluntaria colaboración a los planes de Dios, El Verbo no hubiera podido hacerse hombre ni los hombres hubiéramos podido salvarnos. Porque los planes eternos de Dios eran que la salvación nos llegara precisamente de ese modo: haciéndose hombre la segunda persona de la Trinidad.

 

3. Este decisivo papel de María no podía quedar olvidado por la liturgia en el momento en que trata de prepararnos a celebrar el misterio del nacimiento del Salvador en esta segunda parte del Adviento, que comenzó el pasado 17 de diciembre.

Y, efectivamente, la actual liturgia –renovada a instancias del Vaticano II- ha querido dedicar todo el domingo cuarto de Adviento a celebrar este magno acontecimiento. Hasta el punto de que el misterio de la cooperación de María a la Encarnación y a la Salvación no sólo aparece con insistencia en los textos de la misa y del oficio divino, sino que ella es la clave para comprenderla.

Limitándonos a la misa que estamos celebrando, a ese misterio se refiere la segunda lectura, en la que la Carta a los hebreos se refiere reiteradamente al momento en cual Cristo entró en el mundo y a la finalidad que perseguía con esta entrada. El momento fue cuando “asumió el cuerpo” que le había preparado el Espíritu en el seno de María. El fin no era otro que el de “cumplir la voluntad del Padre”; el cual no quería que se le ofrecieran “sacrificios ni ofrendas, holocaustos ni víctimas expiatorias” para salvar a los hombres, sino éstos fuesen “santificados por la oblación del Cuerpo de Jesucristo, hecha de una vez para siempre”.

El evangelio -que acabamos de escuchar- proclamaba la confesión de fe que hace santa Isabel sobre la Maternidad divina y Virginal de María, a saber: que el hijo que lleva su prima en el seno es, ciertamente, un hijo como el que ella esperaba; pero con una diferencia infinita: el suyo, seria un hombre grande, pero sólo hombre; el que llevaba María, era verdadero hombre, pero también verdadero Dios. Hijo de Dios e Hijo de María. Por eso, se siente obligada a exclamar: “¿Quién soy yo para que me visite la Madre de mi Señor?” ¿Quién soy yo para que me visite la Madre de Dios?”.

 

Pero donde la liturgia de hoy alcanza una singular densidad y belleza es las oraciones colecta y sobre las ofrendas. La oración colecta es una joya literaria y teológica y la sabemos todos, porque la rezamos a diario en el Angelus: “Derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros, que, por el anuncio del Ángel, hemos conocido la Encarnación de tu Hijo, para que lleguemos, por su Pasión y su Cruz a la gloria de la Resurrección”. La oración sobre las ofrendas, redondea y explicita las mismas ideas, aunque referidas al cuerpo eucarístico de Cristo: “El mismo Espíritu que cubrió con su sombra y fecundó con su poder las entrañas de María, la Virgen Madre, santifique, Señor, estos dones que hemos colocado sobre tu altar”

Finalmente, el prefacio nos da la clave de todo, al presentar a María como Nueva Eva. Alabamos y bendecimos a Dios, “porque si del antiguo adversario nos vino la ruina, en el seno virginal de la hija de Sión ha brotado para todo el género humano la salvación y la paz”. La Hija de Sion es la Santísima Virgen; la salvación para todo el género humano es Jesucristo. El seno virginal, es el seno de María.

 

4. Queridos hermanos: La magnífica liturgia de este domingo cuarto de adviento nos enseña dos grandes verdades, que siempre deberíamos tener muy presentes.

 

La primera es ésta: si María ocupa un lugar tan importante y central en los planes de Dios, esa misma importancia ha de ocupar en nuestra vida; de tal modo, que quien desee alcanzar su salvación, ha de contar ineludiblemente con María. Por eso, los teólogos no dudan en afirmar que la devoción a María es signo de predestinación; y, al contrario, que no amar a María es estar recorriendo los caminos de condenación.

 

La segunda gran enseñanza es esta: María ocupó un lugar privilegiado en la obra de la salvación, porque se puso incondicionalmente al servicio de los planes de Dios. Fue la primera oyente y la primera creyente. Primero oyó y acogió la Palabra de Dios en su mente; luego, acogió y concibió esa misma Palabra en su vientre.

 

Preguntémonos, ahora: ¿qué papel juega María en mi vida? Y esto otro: ¿en qué no estoy respondiendo a lo que Dios me está pidiendo: en el matrimonio, en el noviazgo, en los negocios, en el trabajo?

Pidamos al Espíritu Santo que haga en nosotros lo que hizo en el seno de María, a saber: que convierta el pan y el vino de nuestra debilidad en el cuerpo de unos verdaderos discípulos de Cristo, gracias a la comunión de ese Cuerpo que él formó en las entrañas de María y el ministerio del sacerdote forma en las entrañas del altar

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