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LITURGIA DEL VATICANO II

DOMINGO SEXTO DE PASCUA (9.V.2010)

PAZ DE PASTILLAS Y PAZ DEL CORAZÓN

«Paz a vosotros»

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En una ocasión, una persona adinerada le decía a un amigo, sin recursos pero con una paz imperturbable: «Te daría todo mi dinero a cambio de tu paz». El amigo le respondió: «Ni tu dinero ni todo el dinero del mundo es suficiente para comprar mi paz». Intrigado por su respuesta, le inquirió: «¿No será demasiado?» «No, le respondió. Mi paz vale más que el mundo entero, porque mi paz es Dios». Me parece que este diálogo es un óptimo comentario a una de las secciones del evangelio de hoy. Jesús, en efecto, en el discurso de despedida les dice estas palabras a sus discípulos: «Mi paz os dejo, mi paz os doy» No se refería a una ausencia de guerras y de conflictos. Jesús les entregaba la paz «del corazón». La paz de cada uno consigo mismo y con Dios. Esta es la paz fundamental, porque sin ella no existe ninguna otra paz. Así como millones y millones de gotas contaminadas no pueden sanear un río podrido, miles de millones de corazones inquietos no pueden crear una humanidad en paz. La paz verdadera, la que da Jesucristo a los suyos –a los apóstoles y a nosotros- es lo opuesto a la inquietud, a la angustia vital, al miedo al futuro y a la muerte, a la turbación. El mundo ni tiene ni puede dar esta paz. Tampoco la persona que tiene unos nervios de acero o una voluntad férrea. La paz de Jesucristo, la paz del corazón, es fruto de la confianza en Dios. De sabernos y sentirnos hijos de Dios. La paz que está por debajo y por encima de las turbulencias del mar y de la atmósfera de la vida, sólo es posible si Dios está en el corazón. Nada más lógico que sea esa la paz que nos deseamos cuando nos damos la paz en la misa. Nos deseamos mutuamente que tengamos buenas relaciones con Dios, con nosotros mismos y con los demás. ¡Qué distinta esta paz a la que algunos buscan en la droga, en las pastillas, en el tener de todo o en diluir las aristas de la verdad y del bien! El que ha vivido lejos de Dios durante años y se ha reconciliado con él en una confesión general, podría decirnos qué es la paz del corazón, la paz verdadera, la que no se compra con todo el dinero del mundo.   

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