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LITURGIA DEL VATICANO II

DOMINGO DE PENTECOSTÉS (23.V.2010) - Ciclo C

NECESITAMOS UN CONSOLADOR

«El Espíritu Santo os lo enseñará todo»

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A los cristianos de este momento puede pasarnos como a los Apóstoles en el momento de la partida de Jesús: que estemos tristes. Ellos lo estaban porque el Maestro les dejaba. Nosotros podemos estarlo porque «lo que ahora se lleva» es meterse con nuestra Madre, la Iglesia, y crucificarla en la plaza de la opinión pública; pretendiendo que el lodo del pecado de algunos hijos suyos –por repugnante y viscoso que sea- ensucie todas las universidades, colegios, escuelas, talleres, hospitales, orfanatos, guarderías, centros de acogida para mujeres en dificultad que ella ha levantado, y las muchedumbres de pobres, materiales y espirituales, que acoge en su regazo. Quizás estamos tristes porque algunos se empeñan en destruir lo más sagrado: el matrimonio entre un hombre y una mujer y para siempre, la vida de los inocentes, la libertad para adorar a Dios, la primacía de la verdad sobre la mentira, el valor del servicio sobre el interés económico y político, la inocencia de los niños, el idealismo de los jóvenes, y tantas cosas de capital importancia. Por eso, nosotros, como los Apóstoles, necesitamos que alguien venga a consolarnos, a decirnos que no estamos solos y que nada ni nadie podrá destruir nuestra fe y confianza en Dios. Necesitamos oír a Jesús lo mismo que le oyeron los Apóstoles: «Yo le pediré al Padre que os dé otro Consolador que esté siempre con vosotros». Rectifico. Necesitamos comprender que estas palabras no tenían como únicos destinatarios a los Apóstoles sino que estaban dirigidas también a todos los que después de ellos seríamos discípulos de Jesús. Pero esto no es posible sin la acción del Espíritu Santo. Los Apóstoles tampoco entendían el mensaje de Jesús ni tenían fuerza para anunciárselo a los demás y moverles a la fe y a la conversión. Necesitaron que el Espíritu Santo descendiese sobre ellos el día de Pentecostés. Hoy es Pentecostés. ¡Ojalá que tú y yo sintamos la necesidad de que venga ese Espíritu! ¡Ojalá nos acurruquemos junto a María, como lo hicieron ellos, para repetir y volver a repetir, sin cansarnos, «Espíritu Santo, ven; Espíritu Santo ven; Espíritu Santo ven!     

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