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LITURGIA DEL VATICANO II

DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO (4.VII.2010) - Ciclo C

TODOS SOMOS MISIONEROS

«La mies es mucha y los obreros pocos»

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En el Evangelio hay un grupo que aparece con insistencia: el de «los Doce» apóstoles. Junto a él, hay otro grupo: «el de los 72», del cual se habla sólo en el relato de este domingo. A ellos también los envía Jesús a predicar. Con ello Jesús muestra que, además de los Doce, necesita y se sirve de otros muchos colaboradores. Para la Iglesia significa que la tarea misionera no es competencia de unos pocos: el Papa y los obispos, como sucesores de los Apóstoles, sino que todos los cristianos deben ser testigos de Jesús y de su mensaje, sobre todo con su vida, preparando así el encuentro de los hombres con el Evangelio. Estos 72 no deben hacerse falsas ilusiones: la mies es abundante y los obreros pocos y son enviados como corderos en medio de lobos. No obstante, aunque la mies es tanta, Jesús no les dice: «Poneos en camino de inmediato y trabajad sin descanso», sino: «Rogad el Dueño de la mies que envíe obreros a su mies». Los obreros del Evangelio han de tener siempre presente que el  protagonista de la misión es Dios, que Dios es el que mueve y cambia los corazones, que ellos son simplemente siervos. No obstante, la misión ha de constituir para ellos una urgencia personal de tanta importancia que han de rogar insistentemente a Dios el envío de más obreros para esa tarea. Al enviarlos, Jesús les dice cuál ha de ser su equipaje. Todo son prohibiciones: no llevéis bolsa, ni sandalias, ni alforja. No han de llevar nada para su seguridad personal. Lo que ellos poseen es únicamente su mensaje y el poder de Dios. A lo largo del camino y de su actividad itinerante han de hospedarse en casa de un hombre de paz. No deben perder el tiempo buscando otra casa, sino entregarse en cuerpo y alma a la misión. Serán acogidos por unos y despreciados por otros. Los 72 tenían ante sí una tarea nueva y difícil. Cuando terminan el encargo, vuelven llenos de satisfacción por los frutos cosechados. Les ha impresionado especialmente haber expulsado demonios. Jesús acoge y comparte su alegría. Pero les abre unos horizontes infinitamente superiores: «Alegraos porque vuestros nombres están inscritos en el Cielo».

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