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LITURGIA DEL VATICANO II

SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN (15.VIII.2010) - Ciclo C

LA ASUNCIÓN DE MARÍA

«Prendado está el Rey de tu belleza»

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Originariamente, el 15 de agosto se celebró la solemnidad de la Theotokos, según atestigua expresamente el leccionario georgiano del siglo VII, que recoge una tradición jerosolimitana anterior.  Como fiesta de la Dormición de María fue impuesta por el emperador Mauricio (+602) a todo el imperio romano. En Roma se celebraba en el siglo VII con el nombre de Pausatio (dormición); pero en el sacramentario papal del siglo VIII ya se la designa como la Asunción de la Bienaventurada Virgen María. Los relatos apócrifos del siglo V, sobre el Tránsito de María, describen con detalle cómo sucedió la muerte de la Virgen. Sin embargo, en la antigüedad nunca fue venerada una verdadera reliquia del cuerpo de María, ni siquiera en Éfeso, donde parece más probable que ocurriera su muerte. San Efrén, gran cantor de la Virgen, sostiene que María experimentó la muerte;  en cambio, Timoteo, sacerdote de Jerusalén, en el siglo IV, se inclinaba por la inmortalidad. La Iglesia no se ha pronunciado sobre este particular, y sólo ha definido que María,  terminado el curso de su vida mortal, fue glorificada en cuerpo y alma en los cielos. El actual calendario litúrgico de la Iglesia la celebra con el máximo rango de Solemnidad y la considera como la fiesta mariana más importante, después de la Maternidad divina. Muriese o no, de lo que no cabe la menor duda es de que ya está plenamente glorificada. ¿Qué nos dice a nosotros el misterio de la Asunta? Ante todo, que María también es una primicia. Primicia de la Iglesia, que un día será también glorificada, y primicia de los bienaventurados. En María Dios ha querido mostrarnos hasta qué punto es grande y profunda la redención obrada por Jesucristo y hasta qué gloria puede llegar la criatura que se deja conducir por Él. Pero desde la gloria que hoy celebramos, María nos enseña, a su vez, cuál es el camino que a ella conduce: el del amor a Dios, sin vacilar nunca en la fe y afianzados en la humildad. Si María fue asociada al triunfo de su Hijo, fue porque antes había estado asociada siempre a su Persona y a su obra. Ella, antes de ser “señora”, fue “la esclava del Señor”.

 

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