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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 17 del Tiempo Ordinario (28.VII.2013) - Ciclo C

EL CLIMA DE LA ORACIÓN CRISTIANA

“Padre nuestro que estás en el Cielo”

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El gran especialista Joaquin Jeremías, ha escrito tras largas investigaciones: “Jesús nació en un pueblo de gran tradición orante y él mismo fue un gran orante”. En efecto, los evangelios prueban fehacientemente que Jesús era un gran rezador: pasaba noches enteras en oración, se retiraba con frecuencia a orar, y todos los grandes momentos de su vida y ministerio están marcados por la oración: antes de comenzar la vida pública se retira cuarenta días al desierto a rezar y hacer penitencia, antes de elegir a los apóstoles pasa toda la noche en oración, antes de comenzar la pasión está tres horas rezando en Getsemaní, y mientras está muriéndose en la cruz no deja de rezar, como nos recuerdan eso que llamamos “las siete palabras”, que son, en realidad, siete oraciones. La figura de “Jesús orante” impresionó tanto a los apóstoles, que un día le dijeron: “Enséñanos a rezar”. Y, como Jesús nunca enseñaba algo que él no hiciese, les entregó su modo de rezar: el Padre Nuestro. De esta oración dijo el gran polemista Tertuliano que era “el resumen del evangelio”. Algo parecido debieron pensar san Cipriano, san Agustín, san Juan Crisóstomo, Santo Tomás, Santa Teresa de Jesús y una lista interminable de santos y sabios que no se resistieron a comentarlo. El último y más autorizado testimonio es el Catecismo de la Iglesia Católica y su Compendio. El espacio reservado al “evangelio” del domingo en esta columna no permite ni siquiera hacer una glosa elemental. Puede, en cambio, decir que la clave del “Padre nuestro” se encuentra en esas dos primeras palabras. Más aun, ése es “el clima” que nos descubre cómo oraba Jesús. Las tres o cuatro oraciones que conserva el Evangelio, prueban que Jesús siempre se dirigía a Dios como Padre: “Padre, te doy gracias porque ocultaste estas cosas a los sabios y se las revelaste a los sencillos”, “Padre, no se haga mi voluntad sino la tuya”, “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”. Somos hijos que rezamos a un Padre, no siervos que suplican a un señor. Prueba a rezar el Padre Nuestro en este clima y despacio, y verás que Tertuliano tenía toda la razón al decir que es la síntesis de todo el Evangelio.      

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