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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 2 de Cuaresma (16.III.2014) - Ciclo A

POR LA HUMILLACIÓN, A LA EXALTACIÓN

“Este es mi Hijo, escuchadle”

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Estamos en la cumbre del monte Tabor. Jesús ha subido aquí por un camino de cabras. Ha venido acompañado sólo por tres discípulos. Sorprende que uno de los elegidos sea Pedro. Porque hace “seis días” le reprendió con una dureza desusada, llamándole “satanás”. Al pobre Pedro no le cabía en la cabeza que Jesús fuera maltratado, crucificado y matado. Él necesitaba un Mesías glorioso y triunfador. Su mentalidad chocaba frontalmente con los planes de Dios que preveían, ciertamente, un Mesías glorioso y triunfador, pero después de haber sufrido el desprecio y la muerte en la cruz. La secuencia de Dios era muy clara: primero, el sufrimiento, el dolor, el desprecio, la muerte; después, la resurrección, la exaltación y la gloria. Bien entendido que ese “después” no era sólo temporal sino también causal: la resurrección y la gloria vendrían por el camino previo de la cruz y de la muerte. Pedro tenía que aprender esta lección. Ante todo, porque ya había recibido la promesa de ser un día el fundamento visible de la Iglesia. Además, no faltaba mucho para que Jesús le diera el mandato de ir al mundo entero a anunciarlo la salvación obrada por su Muerte y Resurrección. Para aprenderla ha venido al Tabor. Aquí verá un anticipo de esa gloria futura, contemplando a su Maestro “más brillante que el sol”. Aquí oirá decir al Padre: “Este es mi Hijo predilecto, escuchadle”. Aquí tenemos que venir nosotros para recorrer el itinerario de la Cuaresma, que nos llevará hasta la gloria del Resucitado en la Vigilia Pascual; pero después de haber pasado por el Cristo crucificado y muerto del Viernes Santo. Y aquí hemos de venir para recorrer el camino de la vida, que debe concluir en la gloria eterna del Cielo, pero después de pagar el billete del fracaso, de la humillación, del desprecio, de la persecución y de la muerte. Detente un momento y piensa si tus esquemas son los mismos que obligaron a Jesús a recriminar tan severamente a Pedro, o si estás dispuesto –aunque te cueste- a pisar encima de las huellas que Él nos ha marcado mientras subía al Calvario. Te va -y me va- en ello la felicidad eterna.       

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