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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 3 de Pascua (4. V. 2014) - Ciclo A

PALABRA Y EUCARISTÍA

“Le reconocieron al partir el pan”

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La muerte de Jesucristo fue un mazazo para la fe de los apóstoles y de los que se consideraban discípulos. Un ejemplo notorio nos lo narra hoy san Lucas. Dos discípulos se dirigían a una pequeña aldea llamada Emaús, al atardecer del día de Resurrección. Iban hundidos en la desilusión y en la desesperanza. Mientras van cavilando con un razonamiento y conversación entrecortados, les da alcance un viajero y se une a ellos. Durante un tiempo se dedica a escuchar. Al fin, viéndoles tan tristes y preocupados, se atreve a preguntarles qué les pasa. “Lo de Jesús Nazareno, poderoso en obras y palabras”,  a quien nuestras autoridades han crucificado. Luego viene la gran confesión: “Nosotros esperábamos que restaurase Israel”, pero no ha sido así. ¡Qué pozo de amargura y decepción se esconde tras estas palabras!. Él toma la palabra y les va recordando lo que han dicho la Ley y los Profetas: que el Mesías tenía que morir, pero que resucitaría glorioso. Habla despacio y con voz queda. Pero su palabra va llegando al hondón de su corazón y de su alma. Ellos sienten un “no sé qué” especial, como un hormigueo que les devuelve la luz y la esperanza. Llegados al punto de destino, él hace ademán de continuar. Le invitan a quedarse, porque ya está anocheciendo. Acepta. Se ponen a la mesa, “parte el pan” y se da a conocer: es el mismo Resucitado en persona. Pero desaparece. A ellos les falta tiempo para reaccionar: hay que volver a Jerusalén a decírselo a los demás. Vuelven y les comunican alborozados la gran noticia. ¡Qué abismo entre el principio y el final de estos caminantes! Muchos cristianos de hoy han perdido la frescura de la fe y están decepcionados de todos y de todo. ¡¡No sólo de la Iglesia sino de Dios!! Los caminantes de Emaús, además de trasmitirles un rayo de esperanza –la esperanza del cambio-, les envían este mensaje: “Volved a escuchar la Palabra de Dios y a la Misa del Domingo. Recuperaréis una fe que, en el fondo, no habéis perdido nunca del todo. Y sentiréis de nuevo la alegría de crear y esperar en un Dios que nos ama tanto, que ha dado la vida por nosotros”.   

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