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LITURGIA DEL VATICANO II

Solemnidad de Todos los Fieles difuntos (2. XI.2014) - Ciclo A

¿REENCARNACIÓN O RESURRECCIÓN?      

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Alguien ha dicho que en la vida todo arranca del instinto sexual. Incluso el arte y la religión. Sin embargo, más fuerte que el instinto sexual es el de supervivencia. Lo que primero y de modo más radical rechazamos todos es la muerte. Es la mejor prueba de que no estamos hechos para la muerte y que es imposible que ella tenga la última palabra. Sin embargo, como no podemos evitarla, tratamos de olvidarla o nos acogemos a mil subterfugios para camuflarla. La fama, por ejemplo, es uno de ellos. Hay quien trata de   impedir que se borre su memoria, por ejemplo, con una novela genial, una película inmortal, una canción, donando su fortuna a una obra benéfica, entregando la vida en favor de una comunidad o de un pueblo. Hoy está muy difundido el recurso a la reencarnación. Según ella, después de la muerte reaparecemos en otro hombre o en otra mujer o incluso en un animal. Pasado un tiempo, volvemos a morir y a reencarnarnos de nuevo. Y así en una cadena que no tiene fin. Bien pensadas las cosas, la reencarnación no es un suplemento de vida sino de sufrimiento. Porque esa reencarnación ininterrumpida se realiza para expiar el mal: “Ya que te portas mal, tienes que reencarnarte para expiarlo”. El cristianismo tiene una oferta mucho más atrayente para superar el problema de la muerte. Proclama que ésta entró en el mundo “por envidia del demonio” y “a causa de del pecado”. Pero confiesa que  Jesucristo venció al demonio y al pecado y triunfó de la muerte. “Muriendo, destruyó nuestra muerte, y resucitando restauró la vida”, canta en su liturgia. Más aún, hizo posible que nosotros podamos vencer a la muerte. ¿Cómo? Resucitando al final de los tiempos. Frente a un mundo que ofrece sexo, droga, alcohol, disfrutar a tope pero que, al final, tiene que arrodillarse ante la muerte y ser pisoteado por la nada, el cristianismo ofreció y ofrece la resurrección. Morir, sí, pero resucitar para nunca más morir. A cambio de una vida de entrega a Dios y a los demás, que comporta, ciertamente, sacrificio y renuncia, nos ofrece recuperar la vida después de la muerte y ser eternamente felices en el Cielo. ¿Hay quien dé más?

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