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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 3 de Adviento (14.XII.2014) - Ciclo B

UN TESTIGO DE VERDAD

“¿Tú quién eres?”

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Estamos en las orillas del Jordán, cerca de Betania. Juan se harta de bautizar a la gente que viene a escucharle y acoge su llamada a cambiar de vida. Hoy ha venido un grupo de sacerdotes y levitas de Jerusalén. Han sido comisionados por las altas autoridades del Templo para indagar quién es este personaje. Sospechan que puede ser el tan esperado Mesías. Y, sin andar en rodeos, le espetan: “¿Tú, quién eres?” Él contesta con sencillez  claridad: “Yo no soy el Mesías”, ni “Elías” ni “el profeta”. Los enviados le instan: Entonces, “¿quién eres, para que podamos dar respuesta a los que nos han enviado?” Juan responde con inmensa humildad: “Yo soy la voz del que grita en el desierto: allanad el camino al Señor, como dice el profeta Isaías”. Ellos insisten: “Por qué bautizas, si no eres el Mesías ni Elías ni el Profeta?”. Juan sigue dictando una gran conferencia existencial de humildad: “Yo bautizo en agua, pero en medio de vosotros está uno que no conocéis, viene detrás de mí y yo no soy digno ni de desatarle la correa de la sandalia”. Este es Juan, el hombre más grande de cuantos le han precedido, pero que no ha perdido la cabeza por la soberbia y confiesa la verdad de lo que es: “Una voz” que anuncia la llegada del Mesías y la necesidad de prepararse para recibirle. Toda su misión se resume en ser voz que invita a preparar el camino al Señor. Cada cristiano es esa “voz” allí donde vive: el padre para sus hijos, el profesor para sus alumnos, el empleado para sus clientes, el político para quienes representa, el sacerdote para los fieles que tiene encomendados. “Todos los cristianos –ha recordado el Vaticano II (LG 11)- donde quiera que vivan, están obligados a manifestar con el ejemplo de su vida y el testimonio de su palabra al hombre nuevo del que se revistieron por el Bautismo y la fuerza del Espíritu Santo que les ha fortalecido con la Confirmación, de tal modo que, cuantos vean sus buenas obras, perciban con mayor plenitud el sentido de la vida humana” (LG 11). ¿Qué pasaría en el mundo si cada cristiano fuese, de verdad, un altavoz de Cristo y de su Bautismo?           

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