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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 13 del Tiempo Ordinario (2. VII.2017) - Ciclo A

EL SEÑOR DE NUESTRO CORAZÓN

“No perderá la recompensa”

__________________Jesús ha dado una larga instrucción para la misión a sus Doce discípulos. Les ha preparado para afrontar con valentía las persecuciones que les aguardan y para anunciar con coraje y entusiasmo el mensaje que han de trasmitir. Ellos han quedado impresionados. Ciertamente, no es para menos, porque les ha dicho cosas de excepcional importancia. Con todo, lo verdaderamente trascendental es lo que va a trasmitirles ahora: la relación que deben mantener con él. Si él no está en el centro de su vida y de su actividad no podrán llevar a cabo su tarea. Si en el centro de su vida no está la Persona de Jesús, no podrán anunciarla de manera convincente. Más aún, terminarán por descuidar y abandonar dicha misión. Esta es la clave de todo apóstol: que Jesús ocupe el centro de su vida y de su actividad. Pero que Jesús esté en cl centro es algo muy exigente. Tanto, que nada ni nadie puede ocupar ese lugar: ni el padre ni la madre ni los hijos. Ni siquiera la propia vida. Porque si alguno “quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que quiere al hijo o a la hija más que a mí, no es digno de mí”. O él está en primer lugar o no se está consagrado a la misión. ¿No será demasiado exigente todo esto? ¿No será incluso una aberración? En una sociedad carcomida por el egoísmo y la comodidad a ultranza, la respuesta no puede ser más que afirmativa: sí, es demasiado exigente y hasta aberrante preferir a Jesucristo antes a los hijos, a los padres y a la propia vida. Pero cuando hay fe y verdadero amor, se entiende que Dios –y eso es Jesucristo- es el valor supremo y no puede estar nunca en segundo lugar. Esto no es fanatismo ni fundamentalismo. Esto es amor de muchos quilates ¡Qué bien lo entienden esos hermanos nuestros de Oriente Medio que lo están perdiendo todo: el hogar, el trabajo, la vida antes que renegar de Jesucristo! Es ahí hacia donde hay que mirar para entender el evangelio de hoy, no hacia nuestra carcomida sociedad occidental. Será ese heroísmo el que nos salve, no nuestro blandengue cristianismo.        

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