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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 25 del Tiempo Ordinario (24.IX.2017) - Ciclo A

TODO ES GRACIA

“No te hago ninguna injusticia”

_____________________Siempre que comento el evangelio de este domingo, me viene a la memoria “el tío Bartolo”. Este labriego castellano no pisaba la iglesia desde que hizo el Servicio Militar. Decía más blasfemias que palabras. Incluso alardeaba de no creer en Dios ni en nada. Su buena esposa no logró que, al menos, le acompañara a misa el día de la Patrona. Un día “el tío Bartolo” cayó gravemente enfermo y el médico le habló con claridad: “señor Bartolo, parece que esto se acaba”. Estas palabras cayeron sobre él como un rayo. De  hecho, tan pronto como el médico salió de la habitación, le faltó tiempo para decirle a su mujer: vete a llamar al cura, porque me muero. La esposa no daba crédito a lo que oía, pero le faltó tiempo para llamar al sacerdote. Poco después, “el tío Bartolo” recibía los sacramentos de la Confesión, Unción y Viático. Al día siguiente le dimos cristiana sepultura. Hoy estará gozando de Dios en el Cielo. Decía al principio que me acuerdo del “tío Bartolo” siempre que comento el evangelio de este domingo. Porque el evangelio de hoy es una parábola en la que el dueño de una viña sale a contratar obreros a primeras horas de la mañana, a las nueve, a mediodía y al ponerse el sol. Llegado el momento de pagar, a todos los da el mismo jornal: un denario. Los que habían trabajado doce horas protestan, pues pensaban que el dueño ha sido injusto, al pagarles lo mismo que a los que habían trabajado una hora. Les sucedía como a los que vieron que “el tío Bartolo” se iba al Cielo, después de haber estado alejado toda su vida de Dios y de la Iglesia. ¡Es la medida de Dios, que es tan distinta a la nuestra! Llena de consuelo pensar que siempre estamos a tiempo de responder a la invitación de Dios, sean cuales sean nuestras circunstancias personales. Dios no se cansa de esperar ni de acoger. Por lo demás, tenía razón Bernanos cuando escribió: “Todo es gracia”. Efectivamente, nuestra salvación es una gracia, no un derecho. Nos salvamos porque Jesucristo ha muerto por nosotros. Nosotros acogemos –o rechazamos- ese don. En la niñez, en la madurez o a las puertas de la muerte.

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