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LITURGIA DEL VATICANO II

1 domingo de Adviento (2.XII.2018) - Ciclo C

EL CAMINO Y LA META

“Se acerca vuestra liberación”

Tenemos en contra nuestra propia sicología y el ambiente. En efecto, cuando ayer arrancamos del calendario el último día de noviembre y contemplamos el uno de diciembre vino a nuestra mente algo parecido a esto: final de año, esto se acaba. Por otra parte, la radio, la tele y la prensa hace días que vienen martilleando nuestros oídos y nuestros ojos con  eslóganes relativos a “la cena de Navidad y a los regalos de las fiestas navideñas. Por si fuera poco, no es descartable que algunos, al escuchar la palabra “adviento”, que comenzó ayer tarde, de inmediato se hayan ido al portal de Belén. Hay que sobreponerse. Porque no estamos a finales de año ni miramos todavía a la Navidad. Al contrario, estamos en el primer día del nuevo año de la Iglesia y en la primera parte del adviento, que no se orienta a la venida de Jesús “en la humildad de nuestra carne” sino a la del Resucitado “en la majestad de su gloria”. En definitiva: nos encontramos al comienzo de un nuevo año litúrgico y al comienzo del adviento. Pero aquí se levanta una nueva dificultad. Si estamos al principio ¿por qué la liturgia nos presenta un evangelio sobre el final del mundo y de la historia? No es un capricho ni un afán de la Iglesia por desconcertarnos. Al contrario, es la pedagogía de una buena madre que quiere recordarnos y celebrar algo muy importante: nosotros no estamos todavía en el Antiguo Testamento esperando una nueva etapa de la historia. Con Cristo, la historia está ya en la última etapa. No hay que esperar una nueva. Sólo resta que esta etapa llegue a su consumación. Nosotros, por tanto, nos encontramos frente a lo último, a lo definitivo. Nuestra mirada no es retrospectiva. Ni siquiera tan sólo de presente. Lo nuestro es mirar al futuro, aunque estando bien enclavados en el aquí y ahora. Esta es la gran invitación de toda la liturgia de este primer domingo de adviento y, más en particular, del evangelio de este día. Ahora bien, antes de ponerse a caminar lo sensato es preguntarse: ¿a dónde quiero ir, cuál es mi meta? Eso es lo que nos recuerda la Iglesia: si vamos al encuentro definitivo con Cristo, él debe condicionar nuestros pasos.       

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