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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 2 de Cuaresma (17.III.2019) - Ciclo C

UN PASO DIFÍCIL PERO NECESARIO

“Es mi Hijo amado: escuchadle”

**** Estamos en la cima del monte de la Trasfiguración. Jesús ha venido aquí con sus tres discípulos predilectos: Pedro, Santiago y Juan. Sabe muy bien que hablaba en serio cuando hace ocho días hacía la primera predicción de su muerte, pues antes de ser glorificado en su resurrección debía pasar por la deshonra, el rechazo, la humillación, el abandono y la muerte en cruz. Sus apóstoles, incluidos los tres de hoy, no lo entenderían y experimentarían que todo se les venía abajo. A ellos, como a nosotros, se les daba muy bien el triunfo, el éxito, la gloria humana y no entendían que los planes de Dios van por otro camino. Jesús lo sabe y quiere prepararles para el escándalo de la cruz y la gloria de la resurrección. Para ello, hoy les descorre, aunque sea momentáneamente, el velo de su divinidad. Por eso, en un santiamén su rostro se vuelve resplandeciente, sus vestidos deslumbran con una blancura sobrehumana, aparecen dos personajes sobresalientes del Antiguo Testamento: Elías y Moisés, y, sobre todo, se oye la voz del Padre que sentencia: “Este es mi Hijo, el amado, escuchadle”. La gran lección está dada: pase lo que pase, incluso la muerte más cruel e ignominiosa, los apóstoles han de saber que Jesús es y seguirá siendo el Hijo amado del Padre, Hijo de Dios y Dios. Por eso, la humillación y la muerte no tienen la última palabra sino la penúltima. La última la tiene la resurrección. Pero la humillación y la muerte son paso obligado e ineludible. Los cristianos de hoy debemos tenerlo muy presente. Porque la Iglesia está sufriendo una humillación terrible y corremos el riesgo de asumir que todo se acaba, que la Iglesia no tiene futuro, que hemos sufrido un gran engaño y un espejismo. No es así. La Iglesia padece ahora un gran desprestigio por el mal comportamiento de tantos y tantas y el escándalo de algunos de sus pastores. Es más que probable que la tormenta continúe y que incluso arrecie. Es la hora de pensar que estamos en la antesala de la glorificación. Pasará la tormenta. Caerán las ramas que ya estaban secas. Los cristianos sufriremos una gran purificación y la Iglesia volverá a ser espejo límpido y luz de las naciones.           

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