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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 17 del Tiempo Ordinario (28. VII. 2019) - Ciclo C

HIJOS, NO LORITOS

“Danos el pan de cada día”

***** Las palabras mueven y los ejemplos arrastran. El evangelio de este domingo confirma esta expresión tan castiza de nuestra tierra. Los apóstoles han visto que Jesús, su Maestro, reza y lo hace con frecuencia. Quieren imitarle. Pero no saben. Sólo les queda el recurso de acudir a él y decirle que les enseñe. Jesús no se hace de rogar.   Pero no les da una lección teórica sobre la oración. Su pedagogía va por otros caminos: les enseña cómo reza él. A diferencia de los fariseos y los hipócritas, que se hartan de decir palabras pero no hablan con Dios, él es parco en palabras. Pero sus palabras son de enorme densidad y las pronuncia en el único clima hábil para rezar. Ese clima no es otro que el de la conversación de un hijo con su padre. Esta es la gran novedad de la oración de Jesús. De hecho, en los pocos casos en los que los evangelistas nos trasmiten cómo rezaba Jesús, el clima es siempre el mismo: “Te doy gracias, Padre, porque escondiste esto a los sabios y entendidos y se lo diste a conocer a los pequeños”,  “Padre, si es posible que pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya”, “Padre, perdónales que no saben lo que hacen”, “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”. Por eso, se comprende bien que sea éste el modo de rezar que enseñe a sus apóstoles y a nosotros: “Padre nuestro, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad, danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestros ofensas como nosotros perdonamos, no nos dejes caer en la tentación y líbranos del maligno”. La palabra “padre” es la que da color y sentido a todo lo demás. Si Dios es nuestro Padre, nosotros somos hijos suyos y hermanos unos de otros. Por eso, todo lo que pedimos es siempre en plural; danos, perdónanos, no nos dejes caer, líbranos. ¡Qué resonancias y qué consecuencias tan consoladoras para un sacerdote, una madre, un profesor, un amigo que reza! Vale la pena saborear el Padre nuestro y no limitarnos a decir palabras como loritos o cintas grabadas! Un Padre Nuestro dicho con amor, despacio  y repetido con la sencillez de un niño pequeño es una oración maravillosa.         

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