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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor (5.IV.2020) - Ciclo A

LA HORA DE JESÚS Y LA NUESTRA

“¡Viva el Hijo de David!”

*** Jesús está en Caná de Galilea. Apenas ha iniciado su ministerio público. Pero ya lo tiene muy claro. Así se lo ha hecho saber a su madre cuando le ha pedido un milagro para dos recién casados: “Todavía no ha llegado mi hora”. Realizará, sí, el prodigio de convertir seiscientos litros de agua en un supervino. Pero queda pendiente lo de “su hora”. Esa “hora” es la de su entrega amorosa y voluntaria a la muerte por los hombres y mujeres de todos los tiempos, lugares y etnias. Por fin, hoy la llegado. Por eso ha venido a Jerusalén y se deja proclamar Mesías y Rey por los niños y la gente sencilla. ¡Qué tendrán los niños y la gente sencilla que son capaces de abrirse a la fe y proclamarla sin miedos ni reticencias! Los de siempre reaccionan como siempre. La soberbia altanera les ciega. Pero incluso cuando le vean colgado en la Cruz y colmadas sus ansias asesinas, tendrán que admitir el título que Pilatos ha mandado escribir en latín, griego y hebreo, para que pueda leerlo todo el mundo: “Jesús Nazareno, el Rey de los Judíos”. Era otro modo de escribir “Jesús Nazareno, el Hijo de David”. Pero “la hora de Jesús” no sólo era la de su muerte. También era la hora de la gloria del Padre y la de su exaltación suprema: “Dios reinó desde la Cruz”, cantará más tarde el pueblo, mientras celebre su muerte gloriosa. Y no se equivocará. Porque “el Nazareno”, muriendo, destruyó nuestra muerte, y resucitando, restauró la vida”. De ese modo, entregaba a su Padre un Reino eterno y universal, un reino de gracia, amor y paz. Cada uno de nosotros tenemos también nuestra hora. Para algunos ha llegado con el coronavirus. Para los demás llegará cuando Dios quiera. Pero “nuestra hora” es participación en “la hora de Jesús”. Por eso, no  sólo tendrá un momento de dolor y de angustia sino también de resurrección y de gloria. Moriremos, sí. Pero con Cristo, porque somos miembros de su Cuerpo, y éstos no pueden correr una suerte distinta que la Cabeza. Un día resucitaremos y ya no volveremos a morir. Como en Cristo, nuestra muerte será el trámite para ir a la Vida verdadera, a la gloria eterna, si somos fieles¡Vale la pena serlo!             

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