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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 3 de Pascua (26.IV.2020) - Ciclo A

TODOS TENEMOS NUESTRO EMAÚS

“¿No ardía nuestro corazón?”

**** Muchas veces habían hecho este camino Cleofás y su compañero, dejando atrás la Ciudad Santa. Hoy no sucede así. Caminan cabizbajos y el corazón no les responde con la alegría del retorno a casa. Quien les observa, de inmediato percibe que están tristes. Mejor: hundidos. De pronto se les une un viajero, al que le falta tiempo para preguntarles: ¿De qué habláis? - De qué vamos a hablar sino de lo que ha pasado estos días en Jerusalén. - ¿Qué es lo que ha pasado?, replica el viajero como si fuese ignorante de todo. Ellos vuelven a contestar: “Lo de Jesús el Nazareno, que fue un gran profeta ante Dios y ante los hombres, cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte y lo crucificaran. Nosotros esperábamos que iba a liberar a Israel, pero ya estamos en el tercer día y no ha pasado nada”. Es verdad que unas mujeres han venido diciendo que había resucitado y le habían visto. Pero ya sabes cómo son las mujeres. El viajero no aguanta más. Toma la palabra y les recuerda con calma lo que habían predicho los profetas y los salmos y cómo todo se ha cumplido al pie de la letra. Ellos no dicen nada, pero su corazón ya es otro. Llegados a Emaús, él hace ademán de proseguir el camino. Pero la hospitalidad oriental se impone: “Quédate con nosotros, que la tarde ya va de caída”. No se hace de rogar. Ya a la mesa, parte el pan, ellos le reconocen pero él desaparece. Sin pensárselo, los dos dicen al unísono: ¡hay que volver a Jerusalén a contárselo a los demás”! Ya no les importa que haya once kilómetros de distancia y esté anocheciendo. La noticia es una bomba que devolverá la alegría de vivir a los Apóstoles, como se la ha devuelto a ellos. Cuando llegan, ya no pueden contar su primicia, porque ellos también han visto al Resucitado. Siempre ocurre igual. Cuando estamos tristes, cuando titubeamos en la fe, cuando parece todo un sinsentido, cuando tenemos la tentación de echarlo todo por la borda, el remedio no es alejarse más, sino ir a Jesús, escucharle en el Evangelio y dejarle hacer. Por eso es tan importante ir a misa cada domingo. ¡Cuántos podrían confirmarlo con su experiencia!                

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